El lugar donde nací era un pueblo muy tranquilo, de calles sin pavimentar, sin acueducto ni alcantarillado,
sin energía eléctrica y casas de madera con techos de paja y láminas de hierro. Con una sola escuela de varones, la Andrés Bello, dos de niñas, la Anexa y la Policarpa, y dos de secundaria, el Colegio Femenino y la Normal de Señoritas.
También había un seminario donde ordenaban sacerdotes blancos y dos colegios de secundaria masculinos llamado Instituto San Pablo y Escuela Industrial de varones.Quiero a través de esta columna rendir homenaje póstumo a muchos mayores que nos dieron la oportunidad de ser en medio de las dificultades de la pobreza. Destacar algunos personajes que sin ser estudiados ni intelectuales, nos enseñaban con sus ejemplos de vida.
Empecemos por Ramón. Algunos le llamaban ‘Ramón baba’. Lo consideraban el bobo del pueblo. Sin embargo, tenía una habilidad maravillosa y era que a falta de emisora en el pueblo, él regaba las noticias de los decretos y disposiciones de la alcaldía. También era el cartero y el que anunciaba las películas del teatro. Y, por supuesto, también regaba los chismes.Recuerdo algunas mujeres que eran de armas tomar, como la vieja Tulia, mamá del profesor Odulfo; la vieja Polita, que andaba con un machete al cinto para cortar leña en el monte; la vieja Jesucita, mi madre, minera de profesión, siempre con su batea. También la vieja ‘María Gorda’, con su pequeña tienda. Esas mujeres cargaban una volqueta de arena de seis metros a pala limpia en la playa grande.Tampoco puedo olvidar a la vieja Angelina, la mejor panadera del pueblo. A sus 11 hijos los sacó profesionales.
Eran los tiempos de la patasola, la tunda, el duende, la madre de agua, historias que nuestros mayores nos contaban en noches de luna llena, a falta de televisión. Recuerdo que había muy buenos narradores como el viejo Fidelino, un experto leñador, cazador de guaguas y sobador de huesos. Pero don Fide, sin duda, era el mejor contador de cuentos de lunes a viernes, porque el sábado se bajaba a bailar donde Pedro Cortijo, la cantina más popular. Las mujeres decían de don Fidelino era el mejor bailarín del pueblo.
Aquí le rendimos este pequeño homenaje a todos estos mayores que nos estimularon con su arte y nos dejaron muchas enseñanzas de vida. Continuará.