Tenemos entendido que el papel de los jefes de comunicaciones en cualquier organización pública o privada es el de mantener a la comunidad bien informada acerca de todo cuanto hace la institución a su cargo. Esto se logra mediante las buenas relaciones con los comunicadores y medios a su alcance, lo que implica entregar a tiempo la información requerida, dar buen trato a los colegas, atendiendo sus requerimientos de orden informativo y facilitando el acceso a las fuentes con las citas y entrevistas, de modo que se respete el tiempo del periodista.
Si el jefe de comunicaciones tiene la facultad de manejar contratación publicitaria, por favor no discrimine, como hacen algunos, prefiriendo a unos y descalificando a otros. Esta práctica está haciendo carrera en Buenaventura en algunas instituciones del sector público y privado, y aquí no podemos permitirla.
Suficiente discriminación nos hacen afuera los jefes de comunicaciones, gerentes de mercadeo, de publicidad, en el sector público y privado, al igual que las agencias de publicidad. No se debe permitir que aquí, en el propio patio, vengan a discriminarnos, silenciando a los medios locales, los mismos a los que, en épocas de elecciones, todos acuden.
De otro lado, un jefe de comunicaciones que solo sabe de radio o televisión y redes sociales tiene una visión muy corta del oficio periodístico. Debe saber cómo funcionan los medios escritos como periódicos y revistas, que le apuestan a la profundidad en sus contenidos.
Además se ha vuelto común la soberbia entre algunos jefes de comunicaciones, que miran a sus colegas por encima del hombro, e ignoran sus solicitudes de información de la institución donde trabajan. Hay que rogarles porque para todo sacan una disculpa. En otras palabras, se convirtieron en burócratas que llegan al punto de retener las cartas, correos y solicitudes que se les hacen a sus jefes y directores.
Otros se creen dueños de la verdad promoviendo mentiras como que el pueblo no lee, luego los medios no son necesarios. A un comunicador que dijo semejante barbaridad le sugirieron que retirara a sus hijos del colegio porque, ¿para qué aprender a leer si ya nadie lo hace? No supo qué responder, pese a su soberbia, prejuicios y el pisoteo de su propia profesión.