Las personas cambian de estado de ánimo de una manera prodigiosa. Trocamos la risa en tristeza y el odio en amor, en menos de lo que canta un gallo. No obstante, no nos preguntamos qué es lo que nos genera más alegría y porqué actuamos como lo hacemos.
La anterior reflexión me llega después de haber vivido como jurado el proceso electoral para la presidencia de este año. Estuve en una zona hermosa, Yurumanguí, donde los moradores descendientes de esclavizados se ufanan de su amabilidad y bondad para propios y extraños.
Yo volvía después de 15 años, cuando en los procesos de formación visité una gran cantidad de lugares de resistencia étnica llevando el discurso de una educación pertinente y propia.
Lo cierto es, que producto del momento histórico, me pude reencontrar con tanta gente querida y pujante. Lo que llama la atención es que después de tantos años de desengaños a nuestros paisanos, con politiqueros que solo llevan promesas que nunca cumplen, los moradores del hermoso río Yurumanguí hipotecaron su esperanza en el presidente electo Gustavo Petro. Cada persona de este corregimiento transpiraba sueños y anhelos.
Hubo un espacio entre los primeros boletines en que mostraban al señor Rodolfo Hernández como potencial ganador, que el silencio reinaba en el lugar.
Pude notar mucha tristeza y era como si el tiempo se detuviera y en cada rostro un clamor y el reclamo por otra decepción más. Cuando se mostraron los otros boletines que mostraban al candidato del Pacto histórico ganando, se sintió como un nuevo amanecer. La gente gritaba y se abrazaba en San José de Yurumanguí.
Conociendo un poco la idiosincrasia de la casta política colombiana, yo no sé qué tanto el presidente electo o Francia Márquez conocen estos territorios, lo que sí sé es que hay una comunidad expectante que depositó en la urna no solo el voto sino que con él iban sus esperanzas y conquistas fallidas en todos tiempos de olvido estatal.
Duele observar que hay organizaciones y ONG que atienden algunas necesidades de la comunidad, mientras los gobiernos miran hacia otra parte. Considero que nuestros paisanos merecen un mejor trato. Hay que volver la cara hacia los territorios donde tantos hombres y mujeres resisten cada día a los embates de una modernidad mal entendida que solo quiere depredar cada metro de tierra y expoliar a familias enteras que luego son expulsados de sus territorios.
Por eso, hoy ellos han pasado de la tristeza al jolgorio del triunfo de Petro, esperamos que la alegría dure igual que el movimiento del río.