Por Eduardo R. Stanford
Toda palabra o frase que pronunciamos es manifestación del ‘verbo’, y esto es dádiva de Dios. Por ello el verbo tiene poder para crear o para destruir. El verbo solo se debe utilizar para buenos propósitos y con sanas intenciones.
Hay quienes usan el verbo o la palabra con bajeza y luego se dan ínfula de ello. Por ejemplo, muchos dicen en medio de una riña: “le dije hasta de qué se iba a morir”; o, “¡usted no sabe quién soy yo!”
Una de las frases más típicas de una persona sin formación es “so asqueroso”. Hay quienes se sienten bien porque insultan a otro ser humano, y lo propagan a los cuatro vientos. Todo lo anterior se debe a la pobreza interior o a la falta de conciencia. La conciencia es un átomo divino, es Dios en nosotros, la conciencia en nosotros es amor, comprensión, tolerancia.
El gran escritor y místico Thomas de Kempis, en su libro, ‘Imitando a Cristo’, dice: “¡las palabras no tienen más valor que el que les da el insultador!
En la práctica uno ve gente que lleva el verbo a tal degradación que solo se dedican a la crítica destructiva, y les encanta tanto criticar que parecen un disco rayado, siempre criticando lo mismo.
Hay otra degradación del verbo y es el chisme y fascina tanto que forma bochinche. El chisme acapara fácilmente la atención del ocioso.
Qué bueno entonces hablar de los demás de la misma forma como quisiéramos que los demás hablaran de nosotros. Es obvio que debemos observarnos para comprender nuestras reacciones, emociones y pasiones que vienen del ego, y que nada tienen que ver con las conciencias o con nuestra esencia divina.
Hay libros como ‘La gran rebelión’ y ‘Tratado de psicología revolucionaria’, de Samael Aun Weor, que tratan de una rebelión contra nuestro querido ego, y una revolución contra nuestras humanas debilidades como el odio, la envidia, la codicia, la pereza, la ira, la lujuria y la gula.
He ahí los siete pecados capitales enemigos de nuestra esencia divina, que es amor, felicidad y paz interior.
Nuestro deseo es que tengamos colmadas de felicidad la Navidad, y el próximo año lleno de prosperidad.