Eso es cosa de brujos
“Algo raro le ha pasado a mi muchachito” –susurró Nena, la madre, parada junto a la cama de su hijo.
“¡Santos, levántese a comer o lo castigo!”, le ordenó enseguida Venancio, su padre, más asustado por lo que veía que por lo iracundo que pareciera su grito.
Pero no. Arnoldo de los Santos no se podía parar de la cama. El cuerpo, rebelde, no le respondía. Entonces, Cértegui, ese municipio chocoano de 342 kilómetros que en las mañanas parece un paraje fantasma porque sus habitantes salen temprano a trabajar en los yacimientos de platino y oro, se agitó y se conmovió ante la mala nueva.
Cayó la tarde y la casa del muchacho se llenó de hombres y mujeres descendientes de africanos y de oficio mineros que llegaban sudando de sus jornadas. Fumaban. Hablaban. Y aunque el muchacho no había muerto, le daban el pésame a la madre. Es que algunos hasta lo veían con cara de angelito, de niño muerto.
“No se acobarde, doña”; “Dios le está guardando su puestecito a su hijo allá en el cielo”; “Para mí que le dio fiebre mala“;;“¡Que no! Fue fiebre perniciosa” ; “Tabardillo”; “Lo ojearon”. Condolencias y dictamines se escuchaban aquí y allá mientras curanderos de toda estirpe se asomaban al cuerpo del niñoArnoldo.
El muchacho no pudo volver a ser el mismo que corría, nadaba en el río, les tiraba piedras a marranos, a vacas, a gallinas. Pero él y su familia lo intentaron todo para que volviera a caminar. Viajaron hasta donde el doctor Emilio Pampana, médico del hospital de la empresa norteamericana Compañía Minera Chocó-Pacífico, en Andagoya, Chocó. Decían que el que no se mejorara con ese médico mejor que comprara un ataúd. No se mejoró.
Del Baudó, donde había brujos negros y brujos indios, el curandero Amadeo Rodríguez le recetó para su parálisis manteca de lagarto. ”Si no camina con eso, no camina nunca”, le dijo. No caminó. También le recomendaron manteca de tigre. Esos ungüentos con los que le embalsamaban el cuerpo, hacían que el olor que se desprendía de su piel le fastidiara. “Huelo como a perro o a quien sabe a qué”, pensaba Arnoldo.
“A veces se me hacían los días largos, la noche corta; cuando no, las noches larguísimas y los días interminables. Mi papá y mi mamá, a menudo, hablaban y hablaban de Raspadura. ¿De qué dependería tanta demora?”. Se referían al Santuario del Santo Ecce Homo en el Plan de Raspadura, en Istmina, Chocó, adonde iban ciegos y paralíticos que querían ser curados para siempre. El niño necesitaba de un milagro divino, mágico, para volver a caminar.
Las muletas, la libertad
La familia hizo el periplo, viajar hasta el Santuario del Santo Ecce Homo en el Plan de Raspadura. Sin embargo, eso de nada sirvió. Quizá el oro que llevaron como ofrenda no fue suficiente para que se hiciera el milagro. Arnoldo no caminó.
“¿Qué era andar para mí? Yo me movilizaba en cuatro patas, gateando. Las rodillas me ardían, sangrantes, con el roce del cascajo, se me pelaba. Al hallarme bien, bien rendido, trataba de utilizar las piernas propiamente dichas, como un animal; el cuerpo se me cansaba rápido, precisamente la pierna derecha no me servía para nada. Sudaba, sudaba. No me dejaba sacar de combate, durante los paseos, en los alrededores. Nunca dije: estoy cansado, espérenme.
Sentía viva admiración hacia los otros. Soñaba metiéndome en el monte, restregándome en el fondo de la maraña con mi escopeta. Descubrir todo aquello de que hablaban los viejos, especialmente mi tía Carlota: ver pericos, oso hormiguero, oso caballuno, micos, tigres, tatabros, venados, guagua, guatín, leones, aves –pajuí, paletón, pavas, gallito antiguo, loras, papagayos, coger frutas como chanó, leche mil-peso, algarrobo, don pedrito; contemplar flores, bañarme en fuentes cristalinas, meterme bajo los chorros de los saltos; oír cantar los pajarillos; darme cuenta yo mismo de cómo rugen las fieras…
Yo me divertía solo, contemplando mi mundo: la iglesia, su veleta que daba vueltas con el viento; las mismas tres vacas flacuchentas que atravesaban la plazoleta sin gente; las casas, las puertas entornadas; el río claro; la luz del sol creando los dibujos que yo deseaba para identificarlos con las sombras de las cosas; los techos humeantes”.
Así era la vida del muchacho. No se cansaba de gatear para oler, probar, ver, tocar el mundo. Hasta que su padre le dio la solución a su eterno problema de no poder caminar: las muletas.
“Aquella mañana cambió mi existencia de reptil. Ya no me arrastraré más. Y no fue posible que me mantuviera sentado. El mundo se me hizo aún más grande y se hinchó mi necesidad de andar. Esa tarde mi papá la consagró a fabricarme unas muletas, cada una compuesta por un solo palo, más dos piezas bien clavadas, una para la mano, otra con una cavidad cómoda aunque áspera, para soportar el cuerpo debajo del sobaco”.
Y el muchacho Arnoldo salió con sus muletas del Chocó, llegó a Bogotá, a Cartagena, y partió para siempre a París en un barco de bandera polaca que se llamaba Jagellobuscando su ‘madrededios’, que es la expresión con la que en el Chocó se define al hombre que sale a encontrarse con su destino. Arnoldo Palacios, a pesar de la poliomielitis, esa enfermedad contagiosa también llamada parálisis infantil, se convirtió en escritor.
Como el capitán de un barco
Ahora, a sus 85 años, está hablando porteléfono, en una casa en Bogotá. Habla de toda esa historia suya de niño, de su casa de pajacon paredes de palma en Cértegui, de las costumbres de su pueblo, de su enfermedad, de la familia. Esa historia que acabamos de contar en capsulas y que se leen completas en una novela suya que se llama ‘Buscando mi madrededios’, próxima a publicarse.
Toca así, en capsulas. El manuscrito de la novela tiene casi 700 páginas. Y decir que aún falta bastante porque esa historia no ha terminado. ‘Buscando mi madrededios’, cuenta Arnoldo, es una trilogía que da cuenta de su destino, completo. Ese primer volumen sólo narra su vida en Cértegui. Falta París. Y eso es como decir que le falta aún escribir toda una nueva vida.
¿Pero quién es Arnoldo Palacios? Hay que decir que nació en 1924 en el Chocó. Que, repito, es escritor. Que ‘Las estrellas son negras’, una de sus mejores obras según críticos y lectores de letras afro, la publicó en 1949. La anécdota con esa obra que narra el destino de Irra, el protagonista, un joven que rompe las cadenas de su pueblo y su condición para salir al mundo y conquistarlo, es que la tuvo que escribir dos veces. El primer manuscrito lo perdió en un incendio del 9 de abril del 48.
Hay que decir que antes de todo esto vivió en Cértegui hasta los 15 años, que llegó a Quibdó a estudiar bachillerato en el colegio Carrasquilla, que un año más tarde estaba en el Externado Nacional Camilo Torres de Bogotápara seguir estudiando.
En agosto de 1949 partió a Cartagena para subirse al barco que lo llevaría a París, gracias a una beca que se ganó para adelantar estudios literarios durante tres años. Llegó el 21 de septiembre y se instaló “en una habitación de mansarda, de esas denominadas ‘cuarto de sirvienta’, bajo los techos de un edificio antiguo de París, situado entre el puente Mirabeau y el puente de Grenelle, desde donde nosotros descubríamos el Sena, sus embarcaciones y los barcos de placer, la torre Eiffel, Montmartre, la animación general”, escribió en el prólogo de ‘Buscando mi madrededios’.
El mes anterior cumplió 60 años de estar viviendo en la tierra de Victor Hugo, donde sobrevive escribiendo y dando conferencias. “El que haya vivido en el Chocó, puede vivir en cualquier parte del mundo”, dice riéndose.
De Francia tiene una anécdota especial. Estuvo a punto de recibir a nada más ni nada menos que a Malcom X, ese gran defensor de los derechos de los afros en el mundo. Se salvó de tremendo compromiso. El gobierno de Francia no dejó entrar al país al activista. “Además yo esta sin papeles, ilegal”, contó en una entrevista – documental realizada por Darío Henao e Ethan Tejada, en la Universidad del Valle.
Hay que decir también que su nombre hace parte de esa generación de intelectuales como Manuel Zapata Olivella y Helcias MartánGongora que reivindicaron, desde las letras, el aporte al país de los africanos que llegaron a estas tierras como esclavos. Su literatura es de denuncia. Y él se hace responsable por lo que está escrito.
“Un escritor debe ser como el capitán de un barco que dirige a buen puerto a la humanidad”, dice. Tremenda tarea la que tiene en sus manos.
En su breve estancia en Colombia este año no le ha podido ir mejor. En agosto fue homenajeado por el Ministerio de Cultura y la Embajada Francesa. Ahora, será homenajeado en la XV Feria del Libro del Pacífico que arranca el próximo 16 de octubre por su aporte a la cultura del Pacífico. Y de remate ese primer tomo de ‘Buscando mi madrededios’ que narra lo que es su vida en Cértegui, será publicado en el país gracias a gestiones de la Universidad del Valle y el Ministerio de Cultura(hay una versión publicada en francés). Y de su novela es de lo que quiere hablar por el teléfono, sentado en esa cada de Bogoá. Nada más. “Es que quiero que la novela se lea”, explica.
Breve monólogo y despedida
Está en la línea. Habla. “’Buscando mi madrededios’ es la biografía de mi vida. Es una obra en la que me veo desde lejos para poder escribir mi propia vida, tal cual, sin meterle fantasía o demasiada piedad, o demasiada lastima. No. Es la historia de lo que soy yo, pero escrita por mi viéndome desde lejos, como si ese que veo fuera otra persona diferente”.
“Es un libro que empecé a escribir en octubre de 1974, en el Sur de Francia. Duré unos cuatro años escribiéndolo. Sólo se publica hasta ahora porque yo y el mismo libro hemos tenido muchas vicisitudes. Hay una traducción publicada en Francés, pero en castellano no se ha publicado nada hasta ahora. Ya está en la imprenta. Estará lista cuando inicie la Feria del Libro del Pacífico”.
“Después de esta publicación quiero continuar escribiendo la trilogía, incluir mi experiencia en Europa. La historia de un hombre del Chocó en este continente. Yo quiero dar una mirada humana e interesante de los europeos”.
“Mis ideas siempre promulgan la defensa del hombre, desde el más grande hasta el más humilde. Mis libros, mi literatura, exalta al hombre”.
“La literatura es un arte. El arte de la poesía, de la belleza. Siempre la literatura será grande”.
“Yo no me siento importante, así me hagan entrevistas como esta. Más que una entrevista, esta es una charla de amigos”.
“Vivo exclusivamente de mis libros”.
“Pienso mucho antes de escribir. Y cuando escribo, escribo definitivos. Yo no tengo borradores. Ese fue un consejo que leí del poeta francés Charles Baudelaire. Que se escriba como si fuera definitivo. Así se ahorra energía y hasta tiempo”.
“No escribo pensando en publicar. Escribo primero. Después ya veo a ver cómo publicar”.
“Escribo en las tardes, hasta la noche. Me gusta la noche porque hay calma, no hay interrupciones. Casi nunca me acuesto antes de las 5 de la mañana. Escribo a mano, con estilógrafos Parker (risas)”.
“Mis temas son siempre sobre Colombia, sobre el Chocó”.
“No creo en el sufrimiento. Que le digan a uno los sacerdotes que entre más uno sufra, mejor le va en la otra vida, es algo utópico. Que nos den algo acá bajo. Ya después allá arriba vemos”.
“He dejado mis libros muy solos, hay que tratarlos como hijos”.
“Ahora el sueño que tengo es que ‘Mi madrededios se lea’. El pueblo nuestro necesita tomar fuerza de su propia vida, e ir adelante. Tenemos que acabar con la guerra, que es como una plaga. Tenemos que despertar esa conciencia del país en función de todos los colombianos”.
“En Cali empecé a escribir, antes de irme del país. Cali me alentó mucho. Tengo una prima mía que salió del Chocó y fue a buscar trabajo en Cali, se llama Flor de María y ella se vino antes y me recibió muy bien. Me conseguíapapel para escribir. Recuerdo un señor, Jaime Giraldo Solis, que me facilitó mucho su oficina, no lejos de la Plaza de Caycedo”.
“En Cali tengo muchos como el poeta Marco Fidel Chávez. Tengo un gran recuerdo de Cali. Cali es muy alegre, acogedora, agradable. Los atardeceres, la gente mirando y riéndose tranquila. Saludos a Cali. Pronto nos vamos a enfrentar allá en sus calles”.