Por Jesús Agualimpia – Director de Pacífico Siglo XXI
El pasado 3 de octubre Eduardo Ramírez Stanford, columnista de Pacífico Siglo XXI, falleció debido a un accidente casero con gasolina. A manera de homenaje, continuaremos publicando sus columnas. Recuerdos de una pluma que dejó huella en la región.
El pasado 3 de octubre murió el columnista de Pacífico Siglo XXI, nuestro amigo José Eduardo Ramírez Stanford. Su muerte ocurrió en la clínica Nuestra Señora de los Remedios, de Cali, después de que Eduardo padeciera un accidente casero con gasolina. Su sepelio se realizó el 5 de octubre, en el cementerio Metropolitano del Sur.
Eduardo nació en Buenaventura el 27 de marzo de 1959, es decir que al momento de su muerte tenía 61 años. Fue hijo del matrimonio de Pedro Ramírez y Justina Stanford, quien aún vive. En total tuvieron cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres. Eduardo, por su parte, tuvo un hijo que vive en Canadá.
Stanford, como era conocido popularmente, estudió su bachillerato en el Instituto Preuniversitario del Pacífico y se graduó en la promoción de 1984. En su juventud se ganó la vida como constructor. Sin embargo, era un consumado lector, sobre todo de historia, astrología, literatura y mitología, lo que lo convirtió en un referente para la academia, los investigadores y los periodistas de la región.
A Stanford lo conocí hace 15 años, en una reunión de la cultura negra. Ese mismo día me propuso publicar una columna mensual en Pacífico Siglo XXI, y tengo que confesar que me demoré unas semanas para decidirme. El problema era que yo no entendía el articulo que me había enviado. Hablaba del inframundo. Hasta que Stanford vino a mi oficina y me explicó de qué se trataba lo que había escrito. Era un ensayo sobre mitología griega, algo que yo desconocía.
Stanford, siempre generoso, me explicó la columna con la pedagogía de un docente experto, y me convenció: desde esa tarde su columna llegó puntualmente a los lectores de Pacífico Siglo XXI. A partir de ese momento, logramos tener una relación de amistad con mucho respeto, al punto que Eduardo visitaba mi casa y en varias ocasiones compartimos diálogos extensos sobre la historia de Buenaventura, o sobre personajes históricos de la afrocolombianidad, a veces de política.
En el último año, antes de él irse al barrio donde tuvo el percance que le causó la muerte, se fue a vivir al frente de donde yo vivía, y nos veíamos casi a diario. Hasta que llegó la pandemia y él se traslado del centro al barrio Bolívar. Stanford siempre mostró educación, cordialidad, amabilidad y buen trato. Nunca lo vi enojado; por el contrario, permanecía de buen humor. Ahora que él ha fallecido, digo que Buenaventura perdió a un buen hombre y Pacífico Siglo XXI a un columnista auténtico, original, que sabía de temas de los que pocos sabían: historia antigua, filosofía, astronomía, astrología.
También le gustaba la política, e incluso intentó ser concejal en dos ocasiones. Era un hombre lleno de sueños por una mejor ciudad y en nuestras charlas me manifestaba su preocupación por su pueblo. Tenía una cita que mencionaba con frecuencia: “triste es la vida para aquel que muere sin haber conocido el motivo de su existencia”.
Como homenaje, y para conservar su memoria y los caminos que iluminó con su pluma, en Pacífico Siglo XXI continuaremos reproduciendo sus columnas.
Algunos testimonios:
“Lo que más admiraba de Eduardo Ramírez Stanford era su sencillez, su don de gente, y sobre todo la humildad. Manejaba temas que uno no conocía, pero que él los explicaba de una manera sencilla”. Armando Arboleda.
“Stanford fue una persona que siempre estaba dispuesta a hablar y no discutir, podía hablar de cualquier tema en profundidad. Sus respuestas eran agudas e inteligentes. Tenía un gran sentido del humor”. Aldemar Velasco Ortega.
“Eduardo fue una persona trabajadora, amable, con propuestas para solucionar problemas de orden social. Nunca se aferró a esta vida. Siempre nos enseñó que debemos hacer el bien, porque de eso depende el lugar donde vayamos cuando perdemos el cuerpo físico. Nos demostró que las riquezas materiales no son lo más importante, sino la riqueza del alma. Fue un amigo con el que podías contar, un gran ser humano y sobre todo de unos principios morales muy valiosos, con los cuales siempre nos demostró que nuestros verdaderos enemigos son el odio, el rencor, la venganza, la codicia, la ira. Eduardo Ramírez nos deja en sus escritos un gran legado para que podamos mejorar nuestras vidas, enfrentando y eliminando nuestro ego interior. Un gran escritor, un gran ciudadano que siempre demostró amor por la humanidad”. Mabel Potes.
“Lo que yo más admiraba de Stanford era su pasión por los temas del Universo, sus creencias y la manera como las explicaba. Era un hombre muy sencillo, humilde, que encontraba la manera más amable y tranquila de dar y recibir respuestas a sus preguntas, no andaba con afanes, desespero, ni ansiedad, sabía recibir observaciones”. Diana Sinisterra.